Era el quinto día de la creación. Después de que el Señor hubiera creado todos los animales, comenzó a modelar un ejemplar de cada futura raza de perros. Había perros grandes y pequeños, de pelo largo y de pelo corto, de pelo hirsuto, negros, blancos, manchados y atigrados; en pocas palabras todo lo que un hombre hubiera podido desear.
Todos los perros habían sido ya creados, entonces el Señor satisfecho, los miró y dijo: "Aquí hay un abanico de elecciones, que todos los otros restantes animales no pueden ofrecer. Pero para completar el trabajo, quiero ahora hacer un perro en el que estén asociados la potencia y la nobleza, la velocidad y el valor, unidos a la bondad". Tomó entonces un puñado de arcilla y modeló el bóxer. Era igual al que conocemos hoy, solo que su cabeza no se diferenciaba mucho de la de otros perros.
El Señor se alegró y dijo: “Este me ha salido bien de verdad, por esto lo quiero poner aparte, ya que esta blando todavía y puede ser fácilmente dañado”.
El bóxer había oído todo, y levantó orgullosamente la cabeza porque había entendido que era el más hermoso de todos. Además no despreciaba el hacerse grande entre los otros perros y pretendía reconocimiento y honores por parte de todos. Las razas pequeñas estaban de acuerdo y tributaban al bóxer los honores pedidos. Pero las razas más grandes se comportaban de manera diferente, porque soportaban con disgusto que un bóxer, apenas de tamaño mediano, tuviera que estar antepuesto a ellos.
Comenzaron enseguida palabras ofensivas; pero de repente, y ninguno se lo esperaba, el bóxer lleno de rabia se precipitó contra sus adversarios. Pero este no había tenido en cuenta su hocico, que estaba todavía blando, porque había sido hecho el último y la arcilla no se había secado aún.
El hocico se aplastó notablemente y cuando el Señor acudió a sacarlo de la reyerta, la desgracia había acaecido. Pero el Señor sonrió y dijo: "¡Como forma de castigo! te quedaras así, como estas ahora”.
Frau Stockmann, madre de la raza bóxer.
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